ELSA BLAUBACH DE MALDONADO
Valencia, 31.10.1923—Fort Lauderdale, 26.06.2002

por Milagros Maldonado y Natalia Díaz
30.10.2022

Nació en Valencia el 31 de octubre de 1923. Hija de Jessy Horrocks de Blaubach y Alejandro Otto Blaubach Winckelman, migrantes ingleses y alemanes. Tuvo tres hermanos: Olga, Jesica y Oscar. Elsa Blaubach junto con sus hermanas, estudió con profesores privados en casa, de acuerdo a la costumbre de la época. En sus cartas demuestra buena ortografía, narrativa y con un vocabulario extenso.

Se casó en el 3 de octubre de 1943 con Iván Darío Maldonado a la edad de veinte años. Tuvieron cuatro hijos: Milagros, Álvaro, Juan y Alonso. Asumió en su hogar, como si fuera su propio hijo al primogénito de su esposo, Marcos Maldonado. También cuidaba de sus sobrinos, incluso amamantando si fuere necesario, tal como lo hizo con María Gabriela Noel-Paul.

Elsa Blaubach lideraba la organización de su hogar, ejerciendo con gran conocimiento las diferentes tareas, que en aquella época eran muchas. Desde la gerencia de las actividades domésticas como el lavado y planchado, hasta todo lo relativo al proceso de los alimentos, como hervir la leche que llegaba en cantaras de 50 litros o descuartizar media res. Además cuidaba de dos abuelas, y trabajadores de los diferentes hatos que venían a Valencia a operarse, o a curarse de enfermedades, que por lo remoto de estos lugares, era imposible hacerlo en el interior de Venezuela. Elsa Blaubach de Maldonado es reconocida por los altos niveles de organización, limpieza, los cuales ejercía con un orden muy estricto.


Fue fundamental para el crecimiento y organización de la empresa familiar: Inversiones Venezolanas de Ganadería – Invega. Solía acompañar a su esposo Iván Darío en las faenas por los diferentes hatos ganaderos, donde desarrolló medidas de salubridad y mejoras para el personal. Suplía a los abastos ubicados en cada uno de los hatos, garantizando que los trabajadores pudieran adquirir, medicinas, alimentos, ropa, implementos básicos o hasta bicicletas.

Los llaneros de El Frío recuerdan a Elsa Blaubach de Maldonado como una mujer recia, fuerte, comprometida, independiente y laboriosa, participando activamente en las tareas cotidianas del hato. Sus nietos agregan, sin vacilación, su natural vocación pedagógica, la cual nunca escatimó ofrecer a todo aquel que la necesitase, bien a los trabajadores de El Frío para aprender a leer y escribir; bien a ellos mismos cuando visitaban esas sabanas. Su deseo final, al abandonar esta tierra, fue dejar una semilla que diera sus frutos a los niños y niñas de aquel predio y sus alrededores. Es así como en el año 2003 se crea LA COMPAÑÍA HUMANA, fundación sin fines de lucro no gubernamental cuyo objetivo es promover y desarrollar la educación y el ambiente, a través de actividades educativas, ambientales, y culturales. Para materializar este hermoso proyecto, se construyó una escuela básica en el Edo. Apure, dentro de las instalaciones de El Frío, cuyo nombre nos evoca a su inspiradora: «Elsa Blaubach de Maldonado».

Dona Elsa, como así le decían, amaba comer directamente de los árboles frutales y solía caminar con sus hijos y nietos motivándoles también en hacerlo. De hobbies gustaba de adquirir objetos antiguos y restaurarlos. Así como coleccionar santos y cuadros coloniales.

Su hija Milagros Maldonado, nos cuenta:

“Recuerdo que acompañaba a mi mamá a comprar las telas para hacer los tucos (pantalones cortos) de los matarifes del matadero del hato. Era una época en la cual todo era muy precario, ella pasaba semanas cosiendo desde mosquiteros, tucos, chinchorros y camisas. También trabajaba buscando la mercancía para suplir las tiendas de El Frío para que pudieran surtir las necesidades médicas y alimentarias. Asimismo, le sacaba al personal del hato las gusaneras de las llagas y elaboraba jabón en una una caldera: una paila enorme sostenida sobre una armazón de bahareque que se le metía la leña por debajo. Este jabón de tierra se hacía con cebo y soda cáustica, se cocinaba por horas, hasta que se disolvía el cebo y se hacía una pasta homogénea. Preparaba cuatrocientas hallacas y chicha para todo el mundo en la navidad. Era muy ingeniosa y nos ponía a nosotros a colaborar igualmente. Yo limpiaba tripas de cochino, para desinfectarlas y después hacer las morcillas: había que limpiarlas con limón por dentro y por fuera. Muchas veces, cuando las volteaba, tenían lombrices pegadas, las cuales debía quitar, pues había que dejarlas blanquitas para poderla rellenarlas con la sangre del mismo animal, cilantro y pedazos de cebollín”.

“Mi mamá recuperó los telares y la manera de tejer chinchorro de la zona. Buscó a las tejedoras de los pueblos aledaños como Mantecal y El Samán. De repente podías encontrar en el corredor de la casa Páez a tres o cuatro mujeres confeccionando chinchorros. En nuestra casa de Valencia, mi madre hacía una especie de iniciación y motivación entusiasta donde participában sus amigas, la familia y los trabajadores, entendiendo todos el arte del tejer Chinchorro. Recuerdo en especial  a Flor González, tenista, siempre cargaba las manos sucias y por ello se conocía el pedacito donde ella tejía..  Eran chinchorros muy bonitos, como arco iris los cuales se elaboraban con retazos de hilos de crochet. Cuando no alcanzaban, mi madre los iba completando: una raya azul, una verde, amarilla, de acuerdo con el retazo de hilo que quedaba. Eran espectaculares y posiblemente influenciados por el arte de Cruz Diez o los artista geométricos de la época».

Sus últimos años, los pasó entre Valencia y Fort Lauderdale, garantizando una mayor y mejor convivencia entre su descendencia y allegados. Fue fundamental para garantizar el objetivo del trust familiar en pro de la educación. Falleció en Florida, el 26 de junio de 2002.