Este escrito ha sido originalmente publicado en la sección «Tribuna» del diario español El Mundo, en su versión online
Publicado el Sábado, 6 julio de 2024
por Javier Castroviejo
Conocí a Álvaro en el Hato El Frío (Llanos de Venezuela) en marzo de 1973. Nos recibió a pie de avión al Dr. Rodríguez de la Fuente y a mí, con el equipo de TVE. Allí nació una sólida amistad, mantenida hasta su muerte el pasado 28 de junio de 2022. Con motivo de este segundo aniversario deseo recordar con admiración y respeto su contribución a la investigación y la conservación del patrimonio natural. También allí, en el Frío, me asome por primera vez a los Llanos del Orinoco uno de los humedales mas diversos y extensos del mundo que ocupan medio millón de Km2 de Venezuela y Colombia, entre este río y los Andes.
La familia Maldonado, propietaria del Hato, no pudo elegir mejor embajador. Álvaro, un buen mozo con una barba a lo Che, era sencillo, educado, reflexivo, frugal, trabajador incansable y tenaz hasta la extenuación. Ni tras los rodajes de sol a sol en plena sabana, ayuno incluido, se le oía rechistar.
Para el no existían diferencias sociales o étnicas, y su respetuoso trato con los llaneros, a los que escuchaba siempre, fue un ejemplo de enorme ayuda en el futuro.
Yo destacaría su elegante hospitalidad y su firme decisión de legar el patrimonio del Frío a las siguientes generaciones; era generoso hasta lo indecible. También su capacidad para analizar cuestiones complejas y tomar decisiones acertadas con rapidez. Su palabra, oro ley, y su constancia germánica hicieron posible la Estación Biológica del Frío (EBF).
Vino al mundo el 18 de junio 1946 en Candelaria, Valencia, (Carabobo). Tuve la fortuna de conocer a sus padres, D. Iván Darío Maldonado y Dña. Elsa Blaubach, de cuya hospitalidad disfruté durante años. Fue el tercero de cinco hermanos y tuvo cinco hijos: Elice, Verónica, Samuel, Zhar y Fe.
Su familia le inculcó los valores del esfuerzo, la lealtad y la austeridad. Su abuelo Samuel Darío Maldonado, intelectual y filántropo de talla adelantado a su tiempo, adquirió el Hato del Frío en 1911 y desde el inicio se propuso defender aquel notable patrimonio natural. Su ejemplo inspiró a su hijo Iván, el padre de Álvaro; ellos hicieron del Frío la reserva natural sin parangón que conocimos.
Álvaro daba continuidad a la obra de los grandes conservacionistas venezolanos propietarios de tierras, a los que tanto debemos.
Graduado como ingeniero en Ciencia Animal por la Universidad de Cornell en 1967, poseía una sólida formación. A su regreso, en 1968, comenzó a trabajar en la empresa Inversiones Ganaderas (INVEGA), fundada por Iván Darío, que agrupaba varios hatos, incluido el Frío. Cada uno era un modelo de conservación y juntos constituían una importante red que Álvaro se esmeró en mantener y mejorar. También desempeñó con eficacia otras responsabilidades en las empresas de la familia.
Para mi la gran lección fue comprobar y aprender que la iniciativa privada es indispensable en la conservación de la naturaleza. Considérese el declive de la agonizante Doñana, tras pasar a manos del Estado. No es el único ejemplo.
Percibí de inmediato que el Frío debía ser conservado e investigado. Los Maldonado garantizaban lo primero, lo segundo parecía una ensoñación. Con todo no le di muchas vueltas porque el tiempo allí se acababa, así que se lo planteé a Álvaro. Ante mi asombro, nos conocíamos hacia semanas, no lo dudó. Lacónico me dijo, con un expresivo «échale pichón» criollo, que empezara ya, así nació la EBF. D. Iván Darío, apoyó la idea y yo, no sin aprensión, encaré el desafío.
Álvaro visitó Doñana ya ese año, creo, y ratificó su compromiso. Personalmente temía que las evidentes carencias de la reserva le hiciesen desistir, pero no hubo caso. Mas tarde me confesó que, al contrario, le habían animado porque pensaba que tal austeridad me llevaría a Venezuela dejando España. Su palabra bastó y al año siguiente nuestros científicos estaban en las sabanas del Apure. El 22 de marzo 1977 firmamos, Iván Darío y yo, un protocolo de intenciones, el 11 de julio 1980 se rubricó un acuerdo con Juan Maldonado, vicepresidente de INVEGA y abogado, para la constitución de la EBF como asociación civil.
Francisco Braza y Carlos Ibáñez, auxiliados por Francisca Jordá y Solís Fernández fueron los primeros doctorandos, pronto se incorporaron José Ayarzagüena, Cristina Ramo, Tomás Azcárate con su esposa Pilar Diez de Losada y como técnico Enrique Jiménez. Siguieron otros muchos.
Todos eran voluntarios, nadie cobraba ni, por supuesto, estaba asegurado. El Hato suministraba manutención, techo, baquianos (guías) con caballerías y FUDENA, la ADENA Venezolana, un tesoro en forma de todo terreno.
La actitud de aquellos jóvenes cuya vocación y entrega hizo posible la ilusionante aventura de crear una de las primeras estaciones biológicas de Iberoamérica, merece respeto y admiración. Desde el gran Félix de Azara (1742-1821) y la Comisión Científica del Pacífico (1862-1865) fueron, según la información encontrada, los primeros españoles, que, tras un siglo, emprendían estudios de campo metódicos y prolongados en el Neotrópico.
Todos recordamos aquellos años austeros y felices. En los ratos libres nos asomábamos fascinados a las maravillas del Llano, que entraban por los cinco sentidos: las visitas a la Clemencia, en boca del caño Guaritico-Apure hervidero de pirañas, donde reconfortados por la brisa del gran rio y los insuperables cafés guayoyos de Cornelio, nos deleitaba el retozar de los delfines rosados (toninas) y nos llegaban los ronquidos del yaguar desde Cañafístola al otro lado del Apure; tampoco se podrá olvidar la algarabía de garceros multicolores, de los patos silbadores, los ladridos del los chigüires (capiguaras) o los gritos lejanos de las ranitas jagüeyeras; impresionaban las enormes anacondas impasibles durante horas, mientras estrangulaban a un caimán babo. El precioso conocimiento de los llaneros sobre la sabana y su fauna nos encandilaba, les escuchábamos tomando notas como escolares; imposible olvidarse de Simancas, el viejito Mirabal, Zamuro o Hermogenito, la vida de cada uno daría para varias novelas.
La EBF no se detuvo. Las publicaciones científicas y las tesis se incrementaban, se mejoraron las instalaciones y se desarrolló un programa de ecoturismo. Los documentales, los proyectos educativos, los másteres, congresos y los periodistas proyectaron al Frío en el mundo.
Destacar la reintroducción del enorme cocodrilo del Orinoco, el caimán llanero, iniciado en 1987 por el Dr. José Ayarzagüena. Tras 25 años y la liberación de 2000 ejemplares, la EBF contaba con 200 hembras reproductoras.
El máster internacional «Gestión de la biodiversidad en los trópicos» con profesores de varios países constituyó otro hito y consagró la EBF como centro de referencia internacional.
Los interesados pueden encontrar en mas información sobre la labor realizada desde la EBF en: https://maldonadofamily.com/wp-content/uploads/2019/10/gem-hato_el_frio-lr.pdf
El 4 de abril 2009 irrumpieron en la EBF algunos militares y funcionarios del Instituto Nacional de Tierras; a punta de fusil fuimos forzados a abandonar todo en un plazo de dos horas. Allí se quedaron vehículos, lanchas, equipo e instalaciones y, lo peor, los diarios de campo, de valor incalculable, fruto todo ello 35 años de trabajo ininterrumpido.
Equivalente fue la ilegal incautación del resto del Hato, asumida por Álvaro y el resto de la familia con admirable dignidad. Solo su temple resistió tal golpe.
Con todo no pudieron incautar los recuerdos, las ilusiones y la telúrica amistad con Álvaro y la familia Maldonado, que permaneció intacta.
En las jornadas sobre la EBF, celebrada el pasado febrero en Sevilla gracias, otra vez, al mecenazgo de Álvaro, pudieron recibir el afecto y respeto de los que allí tanto aprendimos. Y así termino estas líneas como modesto homenaje y testimonio de gratitud a Álvaro Maldonado y a la familia que hizo posible la Estación Biológica de el Frío.
Consultar la publicación original acá: https://www.elmundo.es/andalucia/2024/07/06/6689277621efa0d42b8b4591.html
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